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viernes, 15 de diciembre de 2017

Discos de 2017 (II)

50. BNQT. Volume 1. 


Siguiendo con los supergrupos, este año el premio se lo llevan el formado por Midlake con los cantantes de Grandaddy, Band of Horses, Travis y Franz Ferdinand.
Juntados por Eric Pulido, y arropados por sus compañeros de Midlake, cada uno de los cinco líderes aporta dos temas al disco. Y, aunque es evidente la personalidad de cada uno en cada tema, lo sorprendente es lo bien que engarzan las diez canciones, creando un disco brillante, homogéneo, disfrutable y lleno de hits. Mi favorita es esa joya pop que puedes escuchar en el link al final de esta reseña, aunque no puedo olvidar mencionar que este disco contiene la canción favorita de mi hija de 4 años -y fan de los Minions-: Hey Banana.
Pincha aquí para audio.

49. Julie Byrne. Not Even Happiness.

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Etéreo. El sonido de las nueve canciones que forman el último disco de Julie Byrne es etéreo. La voz de Julie marca cada tema y te lleva lejos, muy lejos, a un lugar tranquilo y solitario, hermoso y quieto. A lo más profundo de la naturaleza -porque esto que suena es folk, esto que oyes son cantos de hadas que te invitan a perderte más allá de la maleza, donde no hay ruido ni civilización-. Porque, como admirar la belleza etérea, escuchar este disco provoca paz. 
Pincha aquí para ver vídeo.

48. Ty Segall. Ty Segall.

Ty Segall [Drag City]


Toda la paz que crea el disco anterior de Julie Byrne la destroza Ty Segall de dos guitarrazos en los primeros compases de su disco homónimo. Porque, ajeno a modas y tendencias, Ty Segall sigue sacando anualmente su ración de blues sucio, garaje y rock atropellado y distorsionado, como unos Blues Explosion sin el componente teatral de Jon Spencer. En esta ocasión, -acompañado de tipos tan avispados como Mikal Cronin y Emmett Kelly (The Cairo Gang)- parece que Ty Segall está especialmente acertado en la composición y, dentro de lo que cabe para ser él, presenta las canciones algo más arregladas y menos zarrapastrosas de lo que suele ser habitual. Pero tampoco esperemos milagros, que el productor es Steve Albini y no Dave Fridmann. Pero lo cierto es que, entre guitarrazo y blues, se pueden vislumbrar melodías -Papers por momentos me recuerda al mejor Sebadoh-; y, será una impresión muy personal, pero a mí todo el disco me deja un regusto de fondo al disco blanco de los Beatles. 

47. Ron Sexsmith. The Last Rider.




















Vivimos en una época de inmediatez, consumo rápido, reproducción y obsolescencia. Todo está hecho para disfrutarlo durante un tiempo determinado, corto y rápido, para ser rápidamente reemplazado por la siguiente novedad. No queda sitio para los artesanos que, amantes de su trabajo y profesionales, pasan meses fabricando un artículo cuidando hasta el más pequeño detalle, incluso aquellos que el cliente no será capaz de apreciar; preferimos comprar un mueble barato funcional de diseño de Ikea a uno realizado en buena madera que vale diez veces más. Los orfebres y ebanistas están condenados a desaparecer frente a las fábricas de paneles contrachapados. Esto ocurre en muchos aspectos de la vida actual, y en la música también. Por eso en la industria musical no queda apenas sitio para Ron Sexsmith, artesano de canciones de pop perfectas, orfebre de melodías, que pasa meses y meses preparando cada canción, cada grabación, cuidando cada detalle, incluso aquellos que el oyente no será capaz de apreciar. Por eso discos como este The Last Rider, joyas de perfecto acabado que deberían de ser discos superventas y a los que no se le puede poner un solo pero, salvo que necesitan que les demos el tiempo necesario para degustarlas y escucharlas como merecen, pasarán desapercibidos entre la ingente cantidad de novedades con las que somos cada día bombardeados. Porque, es cierto, los discos de Ron Sexsmith no van a revolucionar el panorama musical actual, ni aportan nada nuevo a lo ya existente, pero será difícil que encuentres mejores canciones, mejor acabadas y mejor producidas.

46. Ian Felice. In the Kingdom of Dreams.




















El disco en solitario de Ian Felice trae menos honky-tonk y ritmo que los grabados en la banda madre con sus hermanos, pero el mismo polvo del camino en los labios y las botas, las mismas raíces y, si me apuran, más sentimiento y casi más folk que éstos. Son canciones más íntimas, tiempos más lentos, pero suenan igual de clásicas. Tan atemporal como Micah P. Hinson, por supuesto que suenan a Dylan y a the Band, pero también a Port O'Brien si en vez de irse en verano a pescar a Alaska se fuesen a Montana a cuidar ganado. 





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