I started out in search of ordinary things...

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viernes, 30 de diciembre de 2016

Discos del 2016 (y XII)

5. Nick Cave & The Bad Seeds. Skeleton tree.

Skeleton Tree

Ni siquiera los que somos padres podemos imaginar lo que debe ser perder a un hijo, porque sabemos que el dolor ha de ser tal que somos incapaces de ponernos en situación; nuestra mente nos protege evitando acercarnos a lo que se debe sentir en un momento así; solo acertamos a decirnos a nosotros mismos de manera abstracta que debe de ser lo peor que te puede pasar en la vida. Y sin duda es lo peor que te puede pasar en la vida.
Como seguramente ya sepas, uno de los hijos adolescentes de Nick Cave murió accidentalmente el año pasado mientras este disco estaba en preparación, por lo que el duelo y el dolor recorren cada milímetro del mismo.
Jugar a hacer arte con la desgracia es arriesgado, pero a veces la desgracia te golpea directamente y, para intentar sobrevivirla, no te queda otra que seguir haciendo lo que has hecho siempre -escribir, cantar, pintar...-, y el resultado es arte. Lo llaman elegía, y es el lamento hecho arte de un hombre -o mujer- por la muerte de un ser querido.
Hablando sólo de música, siempre me ha gustado más Nick Cave en los momentos en los que esa bestia indomable que son sus Bad Seeds se mantenía agazapada y casi oculta; parecen que no están, que sólo es Nick Cave solo al piano, pero si escuchas con atención los notas detrás, respirando, dando tensión a cada canción. Por eso hasta ahora mi disco favorito era The Boatman's call. Hasta ahora.
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4. Woods. City sun eater in the river of light.

City Sun Eater in the River of Light

No podemos vivir siempre en la oscuridad y la tristeza, así que para cambiar de tercio tenemos ahora el disco más brillante y luminoso que ha grabado Woods hasta la fecha. Es difícil conocer el límite de una banda que cada disco que saca es mejor que el anterior -como pasaba con Yo la tengo en la segunda mitad de los noventa-, pero si los discos precedentes ya eran sobresalientes este City sun eater in the river of light es excepcional. La paleta musical se enriquece en esta ocasión con ritmos y toques de afro-jazz, una influencia más a sumar a las ya mostradas en obras anteriores -folk, psicodelia setentera...-, pero lo que marca la diferencia en el disco es el talento melódico a la guitarra y el falsete de Jeremy Earlcapaz de entregar hits de pop luminosos como Morning light, Politics of free y Hollow Home. Alegría de vivir.
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3. Damien Jurado. Visions of us on the land.

Visions of Us on the Land

El anterior disco de Damien Jurado, Brothers and sisters of the eternal son, fue mi disco favorito del 2014 -reseña aquí-, y al comentarlo terminaba diciendo: "Damien Jurado...ha abierto las ventanas de su universo musical, ...ha salido de casa, se ha subido en una nave espacial y ahí está, en todo lo alto, rodeado de luces y girando alrededor de la Tierra. Y desde aquí abajo lo miramos extasiados, disfrutando del espectáculo; y expectantes por ver el siguiente paso. Porque, felizmente, parece que esto no ha hecho más que empezar." Pues el siguiente paso, este Visions of us on the land, es precisamente ese viaje en esa nave espacial, por mundos desérticos donde lo mismo te encuentras a Bruce Springsteen y su Nebraska que a Mercury Rev y See you on the other side. Un viaje largo, fascinante, de diecisiete canciones, en las que hay momentos de todo tipo -como en todos los viajes, en algunos momentos se puede hacer algo pesado-, pero con un aterrizaje final, a partir de Cinco de Tomorrow, donde se encadenan una colección de canciones - And Loraine, A.M. A.M, Queen Anne, Orphans in the Key of E y Kola- que te dejan sin aliento. Un paso más allá incluso que el Brothers and sisters..., nadie hace actualmente la música que saca Damien Jurado. Un gigante ya entre los grandes.
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2. Angel Olsen. My woman.

My Woman

Para los que seguíamos a Angel Olsen desde discos anteriores, -enamorados de esa fragilidad e intimismo que desprendían, pero sobre todo de esa voz capaz de pasar del susurro al grito sin romperse-, nos produce cierto orgullo ver el salto gigantesco -tanto en repercusión como en estilo musical como en calidad- que ha dado con este My woman, que vendría a ser su equivalente al Are we there de Sharon Van Etten. Aquí Angel deja atrás el intimismo y la fragilidad, y se enfrenta cara a cara con sus miedos, sus dudas, sus desencuentros. Es un disco de afirmación en todos los sentidos, desde lo musical a lo personal. Dividido en dos partes, una primera más directa y una segunda más íntima, Angel Olsen nos convence y conquista en cada una de ellas. Desde ese prefacio que es casi una oración de Intern; Never be mine o el reverso tenebroso del clásico Be my baby; el llamamiento rock a la acción que es Shut up and kiss me, Give it up y su aroma grunge, la tensión en crescendo desbocada de Not gonna kill you. la pausa marcando la segunda parte de Heart shaped face, la canción río maravillosa que es Sister y su lamento "All my life I thought I'd change"; Those were the days y su deje lento que te va meciendo; la sabiduría de Woman; hasta la coda final desgarrada al piano que es Pops. Bravo.

1. Andrew Bird. Are you serious.

Are You Serious


No creo que encuentres este disco de número uno en ninguna lista. No es musicalmente el mejor del año, ni aporta nada nuevo al panorama musical, ni creo que vaya a ser una importante influencia en el futuro. Porque Andrew Bird, en cierto modo, es como Stendhal  y sus novelas: con unas dotes literarias y un talento enorme -su calidad en la escritura se puede apreciar en sus ensayos y escritos sueltos-, en lugar de querer ser como Flaubert decidió ser como Dumas; porque Rojo y Negro y La Cartuja de Parma son folletines como Los Tres Mosqueteros escritos por un genio, que en lugar de gustarse en cada frase, decidió contar historias que entretuviesen y emocionasen.
Andrew Bird es como Stendhal, porque con unas dotes musicales innatas, un virtuosismo en la ejecución y conocimientos de composición elevados que le permiten crear arquitecturas sonoras de varios niveles, ha decidido hacer pop, entretenernos y alegrarnos el corazón. En lugar de ser Joanna Newsom ha preferido ser Ray Davies, y aprovecha todo su talento en hacer esas canciones pegadizas -pero ojo a las estructuras de cada canción, si no pega más de tres cambios por canción es que no es Andrew Bird-; y en lugar de tocar los instrumentos parece que juega con ellos -ese violín pizzicateado...-; y silba, silba mucho, y bien. Porque las canciones se hicieron para ser silbadas, para hacer a la gente feliz. Y este es el disco que más feliz me ha hecho cada vez que lo escucho. Y en estos tiempos adversos no solo necesitamos que nos canten lo mal que van las cosas, ni saber que la muerte está ahí esperándonos. ¿Por qué escuchamos música? Para ser felices.
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