I started out in search of ordinary things...

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lunes, 28 de diciembre de 2015

Discos del 2015 (VIII)

15. Dominique A. Eleor.



Cada tres años Dominique A nos regala un nuevo disco, así que tras el Vers les lueurs de 2012 -con el que encontró por fin el reconocimiento que merecía en su país- nos tocaba premio este 2015.
 Porque la música de Dominique A es un regalo, poder disfrutarla te hace apreciar aún más la vida, seas capaz de entender sus hermosas letras o no. Son tantos los momentos en los que perderse en este inmenso disco que no sabría por donde empezar: el ritmo de bajo y la percusión que te pasean por Cap Farvel, las guitarras intensas de Par le Canada, la letra de Nouvelles vagues, el rock de Central Otago, la belleza de Au revoir mon amour, el viaje sin moverte del lugar de L'ocean, el drama que se percibe tras Semana Santa, las cuerdas en el estribillo de Celle qui ne me quittera jamais, la calidez de Passez nous voir, la hermosa coda final que es Oklahoma 1932, y Eleor, la canción, un lugar mágico donde refugiarnos cuando fuera hace frío, cuando fuera hace mal. Porque este disco es un refugio para pasar la vida.
Pincha aquí para ver video

14. Happyness. Weird little birthday.


Comienza a sonar Baby, Jesús (Jelly boy) -la primera canción del debut de Happyness-, y un escalofrío te recorre por la espalda; el fantasma de Mark Linkous se te acaba de aparecer por el reproductor. Y entonces te acuerdas de Sparklehorse, de lo buenos que eran, de sus cuatro obras maestras - Vivadixiesubmarinetransmissionplot (1995), Good morning spider (1998), It's a wonderful life (2001) y Dreamt for light years in the belly of a mountain (2006), si no los conoces corre a buscarlos-, y que hace ya cinco años del suicidio de Mark Linkous, menos de un año después del de Vic Chesnutt. Y es que el primer disco de este trío británico, aparte de empaparse de lo mejor del indie de los noventa, es lo más parecido al sonido único de Sparklehorse que he encontrado. Y solo por haberme hecho recuperar esos discos de hace veinte y quince años ya ha valido la pena. Respecto al disco en sí, esconde un puñado de hits, suena mucho y bien a Sparklehorse -como ya he comentado-, a Pavement, Yo la Tengo e incluso a Teenage Fanclub. Y es lo bastante bueno como para que lo haya puesto tan alto en esta lista. A descubrir y disfrutar.

13. Tobias Jesso Jr. Goon.



Este 2015 nos ha traído un buen puñado de buenos discos de hombres al piano, y éste de Tobias Jesso Jr. es (casi) el mejor de todos ellos. Disco perfecto para regalar, es difícil que alguien con gusto musical no sepa apreciarlo. Buena música, bien producida, canciones preciosas, bien cantadas; y Tobias consigue transmitir la emoción necesaria en cada tema para que suene auténtico, poniéndote la piel de gallina en algunos de ellos. Que le vaya bien y obtenga como parece el éxito que merece, y no tengamos que esperar cuarenta años como con Bill Fay para que regrese y nos dé lecciones sobre la vida. Música de corazón. 

12. Matthew E. White. Fresh blood.


El debut de Natalie Prass no es el disco soul del año porque su "jefe" ha sacado este año Fresh Blood, que quizás sea el mejor disco de soul de la década, superando incluso a su primer disco de finales del 2012, Big Inner. Todo lo bueno que comentábamos antes del disco de Natalie Prass y de las producciones de Spacebomb puede decirse también del segundo disco de Matthew E. White: la instrumentación, los arreglos, todo suena perfecto, e incluso auténtico. Cada canción es una obra de ingeniería musical llena de detalles, un ejercicio de estilo brutal que además suena fresco, actual, atemporal y divertido. Como siga haciendo discos así el proselitismo le va a funcionar y acabaremos todos pensando que el Rock'n'Roll es frío. A mí con los coros finales de Feeling good is good enough ya me ha convencido.

11. Robert Forster. Songs to play.


Tras la muerte de Grant McLennan, su pareja musical en los inmensos Go-Betweens, Robert Forster nos entrego en el 2008 el maravilloso The Evangelist, disco elegiaco homenaje a su compañero fallecido. Personalmente, ese impresionante disco es el mejor contando tanto los de los dos intérpretes en solitario como los del grupo madre -con toda la carga que eso conlleva-. Siete años después, Robert vuelve a sacar un disco que sería el reverso del anterior, aquí ya no habla de muerte sino de vida, y para hacerlo se acompaña de su familia y de músicos locales de su Australia natal. Y el resultado es impresionante, a la altura o incluso por encima de su disco anterior. Estas canciones para tocar/jugar, en su aparente sencillez, te llegan al alma desde la primera escucha, consiguen alegrarte el corazón con unos pocos acordes, y cuando te das cuenta ya tienes la media sonrisa dibujada en los labios. No tengo palabras para describir lo maravilloso que es este disco, ni tengo justificación posible por no haberlo metido entre los diez primeros. Si fuese por mi corazón y sentimientos estaría fijo entre los tres mejores. La alegría de estar vivo, la alegría de vivir.

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