I started out in search of ordinary things...

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jueves, 31 de diciembre de 2015

Discos del 2015 (Completo)

En este post he compilado las reseñas de los 50 mejores discos del 2015, ya publicadas en los post anteriores:

50. Iron and Wine & Ben Bridwell. Sing into my mouth. 


Iron and Wine -o lo que es lo mismo Sam Beam- se junta en esta ocasión con Ben Bridwell -cantante y guitarra de Band of Horses- para pasar un buen rato y grabar este disco de versiones de artistas tan heterogéneos como Talking Heads, Spiritualized, John Cale y Sade, adaptándolos a una atmósfera country-folk de agradable escucha, para tardes tranquilas de sofá y manta.

 Un divertimento por debajo del nivel de los discos "oficiales" de sus respectivos grupos, pero muy por encima de otros discos de este genero. Mis favoritas son las versiones de You know more than I know de John Cale y The Straight and the narrow de Jason Pierce.
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49. Josh Ritter. Sermon on the rocks.


Mis expectativas ante el nuevo trabajo de Josh Ritter tras el magnífico The Beast in its Tracks de hace dos años eran tan grandes, que las primeras escuchas de este Sermón de la Montaña me dejaron bastante frío. La emoción a corazón abierto de su obra anterior -disco de ruptura sentimental y de curación de las correspondientes heridas sufridas- era sustituída por una música más, ejem, estándar; buenas canciones de corte clásico listas para sonar en radios americanas -si es que todavía quedan emisoras de música allí no fagocitadas por Spotify y compañía-. Es como comparar el primer disco de Wilco con sus grandes discos de principios del s.XXI. Pero, ojo, el primer disco de Wilco era muy bueno, con canciones enormes. Al igual que este último de Josh Ritter: buena música americana de toda la vida; muy disfrutable aunque no vaya a cambiar tu vida. 

48. Godspeed You! Black Emperor. Asunder, sweet and other distress.



Hubo una época, en los años 2000 y 2001, con el lanzamiento de su segundo disco Lift your skinny fists like antennas to heaven, en los que Godspeed You! Black Emperor eran lo más; su post-rock instrumental con canciones de 20 minutos en las que se alternaban crescendos épicos, furia ruidosa con momentos de calma, ruidos extraterrestres con narraciones y discursos emotivos,  recibían las mejores críticas; se hablaba de ellos en todas las revistas especializadas, su gira por España fue un éxito rotundo -desde la perspectiva minoritaria claro está-. 
Han pasado los años y el colectivo de Montreal sigue en sus trece, ellos no se han movido de sus coordenadas sonoras, -quizás han abandonado parte de su épica, eliminando esas narraciones que hacían de interludio a mitad de canción, privilegiando las guitarras y distorsión y el ruido a las secciones de cuerda- pero parece que somos nosotros los que hemos cambiado nuestros gustos, porque sus últimos discos han pasado casi de puntillas. Puede que ya nos hayamos acostumbrado a su música, que ya no sea una novedad, pero si buscas post-rock visceral de guitarras a flor de piel y desarrollos largos y emocionantes, ya sabes donde encontrarlos.

47. Elvis Perkins. I Aubade.


El tercer disco de Elvis Perkins, descoloca. Tras disfrutar de la brillantez instrumental y la producción de su anterior trabajo Elvis Perkins in Dearland, darse de bruces con esta colección de 13 canciones ariscas, con producción aparentemente escueta, casi lo-fi, puede resultar una escucha difícil. Las canciones parecen sacadas del fondo de un trastero, con una patina de polvo encima, grabadas para su consumo personal, sin importar que otros las van a escuchar también. Pero si somos capaces de darle varias escuchas al disco, con paciencia y un plumero para quitarles el polvo, descubriremos el brillo de las grandes canciones a las que Elvis Perkins nos tiene acostumbrados, a esa mezcla entre el Micah P.Hinson más pausado y Clem Snide. Dale una oportunidad y disfrutarás de & Eveline, Hogus Pogus, My 2$...

46. Brian Wilson. No pier pressure.


El 16 de mayo del año que viene se cumplirán 50 años del lanzamiento del Pet Sounds de los Beach Boys. Cincuenta años. Así que el hecho de que en este 2015 el bueno de Brian Wilson haya sacado un disco con nuevo material, y que dicho disco contenga por lo menos un puñado de buenas canciones, ya es motivo de celebración. Cierto que la producción de algunos temas dé algo de grima, que a veces lo romántico roce lo cursi, pero las melodias de siempre siguen ahí. Y en algunos coros y acordes de viento incluso el fantasma de Smile se percibe detrás de las cortinas de atrezzo. Pop de muchos quilates. 
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45. Torres. Sprinter.


No sé si por machismo o por estrechez de miras, cada vez que aparece una mujer haciendo rock en solitario solemos compararla con Cat Power o PJ Harvey. Esos son los dos nombres que encontrarás si buscas información sobre el interesantísimo primer disco de Torres (de título homónimo).

Para éste su segundo disco, la comparación fácil y directa sería con PJ Harvey. Y es que, aparte de tópicos, la influencia de la inglesa en muchas de las canciones de Sprinter es evidente, para ser más concretos en los discos de PJ Harvey justo anteriores al White Chalk. Buena producción, rock afilado con aristas, guitarras contundentes y melodias a flor de piel. No hagas caso a críticos musicales de pacotilla, además de sus influencias claras, lo que demuestra Mackenzie Scott en este disco es una personalidad propia capaz de hacer discos de rock a la altura de sus ídolos. ¿No es acaso Cowboy Guilt la mejor canción no escrita por St.Vincent?
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44. John Grant. Grey tickles, black pressure.


Mi problema personal con John Grant es que yo era fan de The Czars, su grupo anterior. Me encantaban esas canciones de belleza desnuda que parecían flotar en el vacío de la noche, esa atmósfera melodramática que colindaba con lo mejor de Piano Magic. Así que a la hora de valorar la obra actual de John Grant siempre tengo presente los discos de Czars, y son las canciones que más me recuerdan a esos discos mis favoritas. Por eso, reconociendo por supusto que Queen of Denmark y su salida del armario musical es un disco enorme, el siguiente -Pale Green Ghosts- y su deriva electrónica-bailable con colaboraciones estelares no me convenció en absoluto. Y éste, Grey Tickles, Black Pressure, pues mitad y mitad: me quedo con la que da título al disco, Down here, Global warming, Magma arrives, No more tangles Geraldine. Pero oye, que ése soy yo y mis prejuicios, seguro que a tí te encantan también las otras.

43. Ezra Furman. Perpetual motion people.


A ver cómo explicamos esto, cómo convencerte de que escuches el disco de Ezra Furman sin hacerte spoiler; porque este disco es una caja de sorpresas, que se disfruta más si no esperas lo que vas a encontrar. Así que intentaré solo dejar pistas sueltas: Lou Reed cuando se lo ligó David Bowie, David Bowie cuando se quitó el maquillaje de Ziggy, sale Jonathan Richman con saxo, hay sexo, mucho sexo, suenan oh la las de los 60, vuelven los tupés y los 50..., y si este disco no te anima vete al médico. Quizás lo más cool del año, con todo lo que implica el término. Y sí, el del vestido con falda, maquillaje y tacones de la portada es él. 

42. The Mountain Goats. Beat the Champ.


The Mountain Goats es uno de esos grandes grupos pequeños, de escasa repercusión pero con un número fiel de seguidores esperando cada nueva entrega, a los que nunca defraudan. Porque, por lo menos desde el 2005 que los sigo, no han entregado un disco malo. Y, francamente, no entiendo porque no tienen la repercusión que otros sí han conseguido. Este Beat the Champ por ejemplo es musicalmente lo que Calexico debería hacer si no hubiese cruzado la frontera en Río Grande para no volver. Dignos hijos cowboys de Violent Femmes, primos lejanos de Ween y They Might Be Giants, ahí siguen esperando a que los descubras y los disfrutes. Grandes en su sencillez.

41. Desaparecidos. Payola.


Trece años después del Read music/Speak Spanish, Conor Oberst recupera a Desaparecidos para gritarnos todo aquello que no le gusta, todo aquello que no está bien y que no debería de ser así. Punk de urgencia, rifs de guitarras, base rítmica contundente y estribillos gritados para hablarnos de las pensiones millonarias vitalicias de aquellos que quiebran empresas especulando, de los racistas, de la falta de sanidad pública... Porque ciertas cosas hay que decirlas de esta manera.
Ah, y el disco es de los más entretenidos de Conor de los últimos años. 
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40. Giant Sand. Heartbreak Pass.


Me comentaba el otro día un amigo que Howe Gelb llevaba años con el piloto automático puesto.

Puede que tenga razón, pero viéndole tocar en directo hace dos meses -pasando del rock americano clásico de guitarras a las baladas al piano, de los desvarios jazzísticos con el piano a casi el noise guitarrero, todo esto sin quitarse el sombrero de vaquero que llevaba elegantemente puesto- y al escuchar este Heartbreak Pass, donde recupera parte de la atmósfera de su magnífico Chore of enchantment, uno piensa que mientras siga volando a esa altura y tocando a ese nivel, mientras nos traiga ese sonido del desierto que él redefinió, que siga con el piloto puesto por mucho tiempo.
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39. Belle and Sebastian. Girls in peacetime want to dance.


Este disco contiene algunas de las mejores canciones que han hecho Belle and Sebastian en los últimos años -al nivel de las de sus primeros gloriosos discos-, y para mí sin duda contiene también las peores de toda su carrera. En especial uno de los singles, Enter Sylvia Plath, cuyas primeras notas de sintetizadores tienen la habilidad de provocarme tirarme hacia el reproductor y darle al botón para pasar a la siguiente canción. Ese rollo discotequero que le han querido meter a algunos temas -especialmente en la susodicha y en The party line- no me convence en absoluto. Pero son Belle and Sebastian, y a pesar de todo siguen sabiendo hacer la canción pop perfecta, como demuestran en Nobody's empire y en  Ever had a little faith? Cal y arena a partes iguales.

38. Beach House. Thank your lucky stars.


Thank your lucky stars es el segundo disco lanzado por Beach House en este 2015. Salió apenás un mes después del colosal Depression Cherry, sin aviso previo, y no es en ningún modo una colección de descartes del anterior. Es más, cada uno de los dos discos guarda una armonía y continuidad entre  sus respectivas canciones, pero los dos discos son completamente distintos, aunque ambos mantienen el sello Beach House. Y el problema de este disco son las inevitables comparaciones con su hermano mayor. Porque este Thank your lucky stars es un buen disco, sus canciones se elevan y crean esa atmósfera que sólo Beach House consiguen, pero no nos llevan al cielo en el que habitamos al escuchar Depression Cherry, Bloom o Teen Dream, las tres cumbres de la carrera del grupo. 

37. Jim O'Rourke. Simple songs.


Seguir los pasos de Jim O'Rourke es complicado; una de los músicos más inquietos y activos de su generación, ha producido algunas de las mejores obras de los mejores músicos actuales -Joanna Newson, Wilco, Smog...-, ha tocado entre otros con Sonic Youth en su última época, monta grupos paralelos con gente como Jeff Tweedy -Loose Fur-, saca discos experimentales que puden incluir 20 minutos de un dron de guitarra... Muy de vez en cuando, el amigo Jim tiene a bien bajar al mundo de los mortales y entregarnos un disco de "rock más o menos normal", la última vez  fue en 2001 con Insignificance, y ahora lo vuelve hacer con este Simple songs. Pero lo que para Jim O'Rourke son canciones simples en absoluto lo son. Fáciles de escuchar sí, y en un primer momento pueden parecer eso, buenas melodias de guitarras y piano, con sus bases cantadas e incluso estribillo, pero si rascas un poco descubrirás que cada canción es una delicada obra de orfebrería, con detalles semiocultos que crean un todo pefecto. Porque los genios no saben hacer cosas sencillas.

36. Deerhunter. Fading frontier.


Deerhunter son una de las bandas de rock más interesantes de la última década. Desde Microcastle (2008) han conseguido tener un sonido propio y característico, que solo ellos tienen. Por eso me resulta complicado compararlos con otros grupos para explicar a qué suenan -si es que todavía no los conoces-. Pero suenan a lo que un grupo de rock debe sonar en esta segunda década del siglo XXI. En esta ocasión más pausados, más íntimos; han dejado aparcados el guitarreo noise de su anterior disco -Monomania- para recuperar el ambiente de sus dos anteriores trabajos -Microcastle y Halcyon Digest-, pero en mi opinión este Fading frontier supera a los otros dos. ¿El mejor disco de Deerhunter hasta la fecha? 
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35. San Fermin. Jackrabbit.



El segundo disco de San Fermin parte de las mismas coordenadas que el primero, lo cual no es malo. 

Indie de cámara influido por las derivas orquestales de Sufjan Stevens, la ambición compositiva de Andrew Bird, el fraseo y tono vocal de The National, los Tindersticks de su última época... El resultado son buenas canciones, un disco más homógeneo que su debut, pero quizás adolecen de lo que les sobra a aquellos artistas en los que parece mirarse Ellis Ludwig-Leone -el autor y músico que se esconde detrás de San Fermin, aunque en esta ocasión parece que ha querido dar algo más de protagonismo al resto del grupo que le acompaña-: alma y personalidad. Parece que detrás de tanta floritura y artificio no haya más que vacío. O puede que quizás a este disco le falten Sonsick y Methuselah, canciones de su anterior disco que sí te producían ese "pellizco" por dentro al escucharlas.

34. The Leisure Society. The fine art of hanging on.



Ahora que parece que Belle and Sebastian se han ido de discoteca, aquellas almas sensibles que echen de menos las canciones más melancólicas de los escoceses pueden encontrar un sustitutivo en los discos de The Leisure Society, especialmente en este The Art of Hanging On, donde la alegría que caracteriza a las composiciones de la banda inglesa parece haberse mitigado un poco, dejando ese poso agridulce que tan bien sabía recrear Stuart Murdoch. Pero que nadie piense en The Leisure Society como un sustitutivo o una copia de nada, porque son una banda con personalidad propia con cuatro discos excelentes -ni uno solo malo-, muy disfrutables, en los que siempre esconden una joya candidata a canción del año. En este caso tampoco la han escondido mucho, porque la han puesto la primera y le da título al disco. Y si con esa canción no te basta, escucha también You'll never know when it breaks, Tall black cabins, I'm a setting sun, As the shadows form...

33. Richard Hawley. Hollow Meadows.


A mí Richard Hawley me dejó sin argumentos en un concierto en el Territorios del 2008, donde en un ambiente frío e indiferente y con una acústica penosa fue capaz de montar un jodido wall of sound mientras desgranaba con flema y elegancia las canciones de sus fabulosos Coles Corner y Lady's Bridge. Pocas veces he visto en mi vida sacar tanta intensidad, carisma, rock y talento de una guitarra. A partir de ese momento, éste hombre por mí puede hacer lo que quiera, que yo estaré con él. Como si quiere ser el Roy Orbison del siglo XXI, o calzarse un disco intimista de canciones lentas y románticas de ocho minutos -Truelove's Gutter-, o enfangarse en psicodelia setentera -Standing at the Sky's Edge-, o volver al sonido de sus dos obras que le dieron fama -en Inglaterra, aquí todavía no- y hacer un disco de nuevo maravilloso, como este Hollow Meadows, que le encantaría a mi padre si estuviese vivo, porque esta música me recuerda a la que escuchaba en el coche, en los viajes, cuando era pequeño, y soñaba.

32. Tame Impala. Currents.


Tras conocer a Tame Impala por sus dos primeros discos, psicodelia guitarrera de lo mejor que se ha publicado en los últimos años, mi sensación al escuchar este tercer disco -Currents- fue de estupor. ¿Pero qué cojones es esto? ¿Y esos sintetizadores qué pintan aquí? Porque vale que al amigo Kevin Parker la ruptura con su pareja le haya afectado, y que todas las letras del disco giren sobre el abandono y la soledad, y que el hombre quiera cambiar -como proclama en el cuarto tema del disco-, que incluso deje aparcados los rotundos riffs de guitarras que le dieron notoriedad, ¿pero por qué ha querido que su último disco suene a veces como lo más hortera de la música de los ochenta? ¿Para qué recuperar esas producciones que le pirran a Madonna? Supongo que es la misma sensación que les produjo a sus fans escuchar el Death of a ladies' man de Leonard Cohen. El caso es que, una vez superado el trance de las primeras escuchas, hay que reconocer que el disco es buenísimo, que Kevin Parker es un genio, y que, dejando mis prejuicios aparte, puedo entender que muchos críticos lo pongan entre los mejores del año. Eso sí, aunque reconozca todo esto, y que Eventually es un hit en toda regla, con el tipo que recita entre sintetizadores en Past life no puedo.

31. La Bien Querida. Premeditación, nocturnidad y alevosía.


Es una apreciación personal, pero desde su primer disco siempre me ha parecido La Bien Querida como el reverso femenino de los Planetas. Me refiero a las letras e historias que cuentan en sus canciones de amor/desamor cotidiano: las letras de Ana me parecían las reflexiones y sentimientos de los personajes femeninos que provocaban las letras de J. Y, aunque seamos fans irredentos, hay que reconocer que el personaje masculino cantado por los Planetas es bastante cabrón, muy chulo y muy misógino. Así que, siguiendo el juego con ese supuesto paralelismo, podemos decir que en este Premeditación... ella se ha hartado y se ha plantado, y ha decidido pagarle a él con la misma moneda, y lo deja muy claro en algunas de las canciones de este tremendo disco. Y para acompañar la dureza de esas letras nada mejor que esa electrónica rollo New Order que ya aplicaron en su anterior disco Ceremonia y que tan buen resultado les está dando. Aquí no queda apenas nada de lo presunto naif y ñoño del primer disco -solo quizás en la pseudo-ranchera Muero de amor, que recuerda para bien a sus dos primeros discos-. Y como muestra de lo que comento, el estribillo de Crepúsculo: " Que los cuervos te saquen los ojos, las águilas el corazón; las serpientes te arraquen las entrañas por tu mala condición". ¿Algo más?

30. My Morning Jacket. The Waterfall.


Hace ya algún tiempo que Jim James tomó otro camino. En lugar de hacer discos increibles que nos llegasen a las entrañas y nos estremeciesen el alma se dedicó a otra cosa.

La deriva empezó con Z, pero fue a partir del Elvil urges cuando nos dimos cuenta de que definitivamente había dejado atrás obras como At dawn -¿uno de los cinco mejores discos de lo que va de siglo?-; ahora My Morning Jacket siguen sacando discos regularmente, con buenas canciones porque de talento andan sobrados, que seguro serán increibles de escuchar en directo -que es para lo que parece que estén escritas y donde disfrutan realmente-, y en cada disco sueltan de vez en cuando atisbos de lo que realmente pueden dar de sí -estremecedora I can't wait por ejemplo-. Yo no pierdo la fe, así que en cada nueva entrega de My Morning Jacket espero el gran disco que Jim James nos debe.

29. Beirut. No no no.



Hagamos un poco de ficción: Zach Condon decidió hace ya años montar un grupo indie tocando la trompeta como instrumento principal. Buscando su sonido decide conocer mundo, así que para su debut se disfraza de Goran Bregovic y nos entrega un sorprendente disco de los Balcanes -Gulag Orkestar (2006)-, muy aclamado por la crítica y en el que solo le falta la cabra. Un año después se cree un aristócrata francés de principios del siglo XX y nos entrega The Flying Club Cup (2007). En el interín le da para sacar un EP donde aparece quizás su mejor canción, la que por fin define el sonido que estaba buscando -Elephant Gun-. Pero el viaje se complica y derrapa en México, donde saca el fallido EP March of the Zapotec (2009) junto con un Realpeople Holland, donde por un momento deja la trompeta para experimentar con los teclados y jugar a ser Stephen Merrit. Tras el fracaso de esa última aventura, Zach decide que el viaje ha terminado, que el sonido que busca lo debe encontrar en casa. Recupera lo salvable de jugar con los teclados del Realpeople Holland, parte de la melancolía del The Flying Club Cup y nos entrega No no no, un muy buen disco en el que vuelve a la senda correcta en la búsqueda de ese sonido que por fin encuentra en su siguiente trabajo; The Rip Tide, su disco, en el que todo lo probado hasta entonces encaja -la trompeta, las cuerdas, los teclados, los sonidos de Europa del Este...-, creando canciones maravillosas que dificilmente pueda superar.
Fin de la ficción. El problema de este No no no es que se ha editado en  2015, cuatro años después que The Rip Tide, su obra cumbre, y las comparaciones casi siempre suelen ser odiosas, en este caso especialmente.

28. The Dodos. Individ.


¿Alguno se acuerda de Swell, el duo de San Francisco que grabó sus discos en los noventa, tras el auge del grunge, en los que acostumbraban a repetir en bucle con sus guitarras los ritmos de cada tema hasta atraparte por completo en cada canción? Pues para mí, aunque los sonidos de ambas bandas son totalmente distintos, The Dodos son los Swell de esta época, por ese ritmo machacón que le meten a las canciones, que a veces te parece repetitivo y hasta tedioso, pero que te atrapa por pura insistencia. Y este Individ -en el que se vislumbra tras las sombras un aire elegiaco por la muerte de un compañero de gira y casi miembro oficial de la banda-, es sin duda su mejor trabajo desde el Visiter de 2008

27. Wilco. Star Wars.


Con Star Wars, Wilco se divierten. Y eso se nota. Cuando comenté el año pasaso el disco de Tweedy, acusé de cierto conformismo a los tres últimos discos de Wilco -aunque excelentes los tres-, y comenté que en cierta forma en ese disco en solitario Jeff Tweedy recuperaba algo que se había perdido por el camino desde la época del A ghost is born. Y esa cierta experimentación, esas ganas de hacer cosas distintas, es lo que vuelve a aparecer en este Star Wars, donde el grupo se quita el corsé que ellos mismos se habían impuesto y se divierten probando a sonar diferente, "menos Wilco". No es un disco redondo, eso es cierto, pero es esperanzador que un grupo de su experiencia y en su posición busque nuevas vías, y presagia que algo muy grande puede estar aún por venir. Por cierto, mal título y horrible portada.

26. House of Wolves. Daughter of the sea.


Congoja y belleza. Eso es lo que produce escuchar este disco, de una hermosura indescriptible, pero de una soledad atroz. Parece que no hay nadie más en el mundo que Rey Villalobos y su guitarra -o su piano, según la canción-, y que tú para escuchar su lamento. Es como si se hubiese grabado por la noche, cuando todo ha terminado y no queda nadie ya. En algunos pasajes se escuchan pajaros de fondo, y si prestas atención puedes incluso oir el silencio. Ocho canciones tremendas, tan hermosas que duelen. Brutal.

25. Unlikely Friends. Solid gold cowboys.


Seguramente no conozcas a Unlikely Friends, y seguramente a ellos les dé igual, porque estos tres músicos veteranos del indie rock de Seattle no se han juntado para ser famosos, sino para pasarlo bien tocando música que les guste, y qué música.

Hacía tiempo que no me encontraba tal colección de hits en el primer disco de un grupo desconocido, y qué hits. Coge la parte divertida de The La's, de los Pixies, de Urusei Yatsura, de Sebadoh, de quien conozcas que te haya hecho pasártelo bien con música de guitarras. Seguramente no conozcas a Unlikely Friends, así que hazte un favor y descúbrelos. Su peso en oro.

24. Will Johnson. Swan City Vampires.


El talento, la creatividad y la capacidad de trabajo de Will Johnson le han hecho capaz de mantener una prolífica carrera ya sea a los mandos de Centro-matic, South San Gabriel o en solitario. Tirando de discografía, me salen la friolera de once discos con Centro-matic, cuatro como South San Gabriel y cinco en solitario. 20 discos en 16 años, sin contar las colaboraciones con otras bandas. Y en cada uno de esas grabaciones ha sabido mantener la intensidad, ya sea en su variante más rock -Centro-matic-, más intimista y arreglada -South San Gabriel- o más desnuda -sus discos en solitario-. Son una de mis bandas favoritas, y me han dado tanto desde que los descubrí casi por casualidad con el Navigational en 1999, que mi opinión sobre cada uno de sus discos es completamente sesgada y parcial, ¿aunque no lo es cualquier crítica por mucho que pretendamos objetividad? Así que sólo puedo decir que Swan city vampires es un gran disco, que mantiene la calidad de todo lo que hace Will Johnson, en esta ocasión menos desnudo de lo que suelen ser sus trabajos en solitario, que Paradise, basically es Low mejor que Low, que Call, call, call Thug life pt.2 podían aparecer en los discos de Centro-matic, que Nameless, but a lover, Pulleys y The Watchman en los de South San Gabriel, y que fue una putada perdérmelo en concierto el otro día.

23. Natalie Prass. Natalie Prass.


El debut de Natalie Prass es impecable. No se le puede poner ni un solo pero a esta obra de libro de soul sureño femenino clásico con arreglos y banda, producido por Matthew E. White y perpetrado por sus compinches habituales de su sello Spacebomb -la banda, la sección de vientos, de cuerdas-. Hasta el arpa en Christy está donde tiene que estar. No sobra ni falta nada, todo perfecto, y si lo escuchas con auriculares descubrirás cada detalle oculto tras cada nota y arreglo. El único pero es que es todo tan perfecto, tan bien hecho, tan irreal, que puede parecer artificial. Pero, bueno, también somos capaces de ir al cine o leer un libro y disfutar y reconocer que son obras maestras sabiendo que nada de lo que ahí sucede es real, ¿no?

22. Destroyer. Poison season.


Debo confesar que Kaputt, el anterior disco de Dan Bejar como Destroyer, aclamado por la crítica y en los primeros puestos de muchas de las listas de lo mejor de 2011, no me enganchó. Seguramente fuese culpa mía, puede que no le diese las oportunidades suficientes, pero me pareció un muy buen ejercicio de estilo carente de emoción. Y esa emoción es lo que le sobra a este Poison season, maravilloso. Partiendo de las mismas bases que Kaputt, con David Bowie de fondo de armario, metiendo incluso más saxos que en el anterior, y con las diferentes partes de la fabulosa Times Square de armazón argumental del disco, Destroyer consigue emocionarnos en practicamente todos los temas del disco, que fluye como un río durante sus más de cincuenta minutos de duración. Música atemporal de altura.

21. Fernando Alfaro. Saint Malo.


Fernando Alfaro, uno de los mejores letristas en castellano en la actualidad, descubrió en el 2014 que habían pasado 25 años desde la salida de su primer disco con Surfin Bichos -La luz en tus entrañas-, y, además de hacer una gira acústica cantando esas canciones antiguas, escribió las que formarían este Saint Malo el año siguiente. Quizás por ello el paso del tiempo es uno de los temas principales de este disco. Porque veinticinco años después, Fernando Alfaro es más viejo y más sabio. Ha ido abandonando ese lado oscuro y maldito que le caracterizaba y ahora nos canta sobre la vida, la cotidiana y la trascendente; sobre el amor; sobre el pasado y cómo sobrevivirlo, sobre seguir vivos y continuar viviendo, mientras haya aliento, mientras sople el viento. Y además de las letras, en Saint Malo Fernado Alfaro suena mejor que nunca. Un grande. 

20. Bill Fay. Who is the sender?


Life is people, el increible disco que sacó Bill Fay en el 2012 tras cuarenta años sin publicar nada, y que le otorgó éxito y reconocimiento tantos años después, además de ser una estupenda sorpresa fue uno de los mejores discos de ese año.
Tres años después aparece este Who is the sender?, y podemos decir que es casi tan bueno como el anterior, e igual de sabio y emocionante que Life is people. Y eso es mucho, muchísimo.
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19. The Tallest Man On Earth. Dark bird is home.


Al sueco Kristian Matsson, el hombre más alto sobre la Tierra, sólo le hace falta su voz y su guitarra para llegarte al corazón. Si no me crees escucha su disco anterior, There's no leaving now, el mejor disco folk del 2012. Para su último trabajo, este Dark bird is home, ha querido arropar sus hermosas melodías con algo más de instrumentación, con una producción más rica que incluye algunos arreglos, abriendo las puertas y ventanas de su edificio musical para que entre aire fresco. Y lo consigue sin perder la intimidad ni la emoción de sus discos anteriores, pero ahora todo suena más fuerte, más rico, mejor. Incluso el rollo celta tipo The Corrs que provoca la gaita en Sagres no queda mal. Un disco que empieza con Fields of our home y Darkness of the dream y termina con el crescendo de la preciosa Dark bird is home forzosamente debe de ser bueno.

18. Mikal Cronin. MCIII.


En el tercer disco de Mikal Cronin pasan cosas, un montón de cosas. Como en las películas de Indiana Jones, no hay ni un momento de respiro. Y es que este disco tiene de todo. Hay mucho Big Star, mucho Teenage Fanclub, mucha melodía enterrada bajo guitarras, guitarras, muchas guitarras, rifs rotundos, un poco de épica, también hay cuerdas, arreglos de cuerdas, y líneas de bajo que marcan el camino, y medios tiempos que te atrapan el corazón, ¿y eso que suena parece Mazarin?, y sobre todo hay canciones, o hits, o como tú quieras considerar a cada una de las once joyas que conforman este disco, qué disco.

17. Built to Spill. Untethered Moon.


Built to Spill vuelven seis años después de la publicación de su último trabajo There's no enemy, y al escucharlos parece que no han pasado quince años desde su época dorada. Es más, este disco perfectamente podría haber salido en 1999. Los Television del indie rock siguen en plena forma, las guitarras siguen siendo el eje primordial de sus canciones -guitarras que parecen hablar entre ellas, como las de Tom Verlaine y Richard Lloyd en los setenta-, ellas marcan el ritmo, el tempo, y deciden cuando desbocarse para alargar las canciones o cuando cortar y terminar. Y nosotros no podemos más que escucharlas hablar, dejarnos llevar a donde ellas quieran y disfutar. Tantos años después, Built to Spill han vuelto justo donde siempre habían estado, al olimpo del indie. 

16. Julia Holter. Have you in my wilderness. 


Si buscas información sobre Julia Holter la verdad es que no te entran muchas ganas de escuchar sus discos: experimental, arty, música orgánica... Casi todo lo que leas suena a plomo y pestiño que echa para atrás. Incluso si después de leer todo eso escuchas este Have you in my wilderness puede que te deje igual; instrumentos de todo tipo que pueblan el disco, cambios de melodía a mitad de canción, puedes apreciar influencias de Robert Wyatt y Kate Bush; cierto que las canciones generan una atmósfera especial pero...Si has llegado hasta aquí ya queda menos, dale unas cuantas escuchas más al disco, prueba con auriculares, por la noche, o paseando por un parque, o en el campo, porque puede que tengas suerte y notes ese pellizco que algunos hemos notado de pronto, esa revelación que nos lleva descubrir que este disco es maravilloso; que alguien comenta música orgánica porque es lo más parecido a describir la sensación que produce escucharlo, las canciones están vivas y crecen y crecen; que Julia Holter ha logrado que experimental no esté reñido con emoción; que, en otro estilo musical diferente pero con idéntico resultado, Joanna Newson puede que no esté sola en el panorama musical actual.
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15. Dominique A. Eleor.



Cada tres años Dominique A nos regala un nuevo disco, así que tras el Vers les lueurs de 2012 -con el que encontró por fin el reconocimiento que merecía en su país- nos tocaba premio este 2015.
 Porque la música de Dominique A es un regalo, poder disfrutarla te hace apreciar aún más la vida, seas capaz de entender sus hermosas letras o no. Son tantos los momentos en los que perderse en este inmenso disco que no sabría por donde empezar: el ritmo de bajo y la percusión que te pasean por Cap Farvel, las guitarras intensas de Par le Canada, la letra de Nouvelles vagues, el rock de Central Otago, la belleza de Au revoir mon amour, el viaje sin moverte del lugar de L'ocean, el drama que se percibe tras Semana Santa, las cuerdas en el estribillo de Celle qui ne me quittera jamais, la calidez de Passez nous voir, la hermosa coda final que es Oklahoma 1932, y Eleor, la canción, un lugar mágico donde refugiarnos cuando fuera hace frío, cuando fuera hace mal. Porque este disco es un refugio para pasar la vida.
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14. Happyness. Weird little birthday.


Comienza a sonar Baby, Jesús (Jelly boy) -la primera canción del debut de Happyness-, y un escalofrío te recorre por la espalda; el fantasma de Mark Linkous se te acaba de aparecer por el reproductor. Y entonces te acuerdas de Sparklehorse, de lo buenos que eran, de sus cuatro obras maestras - Vivadixiesubmarinetransmissionplot (1995), Good morning spider (1998), It's a wonderful life (2001) y Dreamt for light years in the belly of a mountain (2006), si no los conoces corre a buscarlos-, y que hace ya cinco años del suicidio de Mark Linkous, menos de un año después del de Vic Chesnutt. Y es que el primer disco de este trío británico, aparte de empaparse de lo mejor del indie de los noventa, es lo más parecido al sonido único de Sparklehorse que he encontrado. Y solo por haberme hecho recuperar esos discos de hace veinte y quince años ya ha valido la pena. Respecto al disco en sí, esconde un puñado de hits, suena mucho y bien a Sparklehorse -como ya he comentado-, a Pavement, Yo la Tengo e incluso a Teenage Fanclub. Y es lo bastante bueno como para que lo haya puesto tan alto en esta lista. A descubrir y disfrutar.

13. Tobias Jesso Jr. Goon.



Este 2015 nos ha traído un buen puñado de buenos discos de hombres al piano, y éste de Tobias Jesso Jr. es (casi) el mejor de todos ellos. Disco perfecto para regalar, es difícil que alguien con gusto musical no sepa apreciarlo. Buena música, bien producida, canciones preciosas, bien cantadas; y Tobias consigue transmitir la emoción necesaria en cada tema para que suene auténtico, poniéndote la piel de gallina en algunos de ellos. Que le vaya bien y obtenga como parece el éxito que merece, y no tengamos que esperar cuarenta años como con Bill Fay para que regrese y nos dé lecciones sobre la vida. Música de corazón. 

12. Matthew E. White. Fresh blood.


El debut de Natalie Prass no es el disco soul del año porque su "jefe" ha sacado este año Fresh Blood, que quizás sea el mejor disco de soul de la década, superando incluso a su primer disco de finales del 2012, Big Inner. Todo lo bueno que comentábamos antes del disco de Natalie Prass y de las producciones de Spacebomb puede decirse también del segundo disco de Matthew E. White: la instrumentación, los arreglos, todo suena perfecto, e incluso auténtico. Cada canción es una obra de ingeniería musical llena de detalles, un ejercicio de estilo brutal que además suena fresco, actual, atemporal y divertido. Como siga haciendo discos así el proselitismo le va a funcionar y acabaremos todos pensando que el Rock'n'Roll es frío. A mí con los coros finales de Feeling good is good enough ya me ha convencido.

11. Robert Forster. Songs to play.


Tras la muerte de Grant McLennan, su pareja musical en los inmensos Go-Betweens, Robert Forster nos entrego en el 2008 el maravilloso The Evangelist, disco elegiaco homenaje a su compañero fallecido. Personalmente, ese impresionante disco es el mejor contando tanto los de los dos intérpretes en solitario como los del grupo madre -con toda la carga que eso conlleva-. Siete años después, Robert vuelve a sacar un disco que sería el reverso del anterior, aquí ya no habla de muerte sino de vida, y para hacerlo se acompaña de su familia y de músicos locales de su Australia natal. Y el resultado es impresionante, a la altura o incluso por encima de su disco anterior. Estas canciones para tocar/jugar, en su aparente sencillez, te llegan al alma desde la primera escucha, consiguen alegrarte el corazón con unos pocos acordes, y cuando te das cuenta ya tienes la media sonrisa dibujada en los labios. No tengo palabras para describir lo maravilloso que es este disco, ni tengo justificación posible por no haberlo metido entre los diez primeros. Si fuese por mi corazón y sentimientos estaría fijo entre los tres mejores. La alegría de estar vivo, la alegría de vivir.
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10. The Decemberists. What a terrible world, what a beautiful world.



La afición de Colin Meloy por el drama -y el melodrama-, sus letras literarias con tintes universitarios y su pop de cámara hicieron de the Decemberists los Belle and Sebastian americanos, especialmente en la época de sus tres primeros discos.
Pero Colin es un tipo inquieto, así que a partir del cuarto disco dejó de lado el melodrama, la opereta y los disfraces de época, y con The Crane Wife (2006) su música empezó a girar hacia el rock americano, con los REM de los ochenta en el punto de mira. Ya no solo importaban las letras y las historias que contaban, sino que la música era algo más que el acompañamiento de éstas. Con su siguiente disco -The hazards of love (2009)-, experimentaron con el rock duro pero se les fue bastante de las manos. Buscando a qué debían sonar the Decemberists, el grupo cosechó un tremendo éxito en su país disfrazándose con todo el descaro de REM en The King is Dead (2011), donde ahora sí abrazaban sin tapujos toda la música americana de los últimos cuarenta años: folk-rock, country, americana...
2015. Final del camino. Con todo lo aprendido en los seis discos anteriores, Colin Meloy deja definitivamente los disfraces -tanto los de época de sus primeros discos como los musicales de la siguiente-; en What a terrible world, what a beautiful world the Decemberists son ya sólo ellos, un grupo muy grande capaz de alegrarte el día con canciones como Anti-Summersong y Philomena; de llenarte de melancolía con las notas de armónica y la melodía de 12-17-12, y con la guitarra acústica y piano de Lake song; de emocionarte con la épica de Mistral y Make you better; y de ponerte la piel de gallina, hacerte salir a la calle corriendo a coger aire y vivir con ese glorioso cierre del disco: A beginning song. 

9. Low. Ones and sixes.


Un disco de Low es una cosa seria. Hay algo de solemne en su música, en sus canciones, tremendamente hermosas, de una intensidad que corta el aliento. No es tristeza, es solemnidad. La voz de Mimi Parker es lo más parecido a la de un ángel que puedas encontrar, y Alan Sparhawk consigue llegar a las cotas de emoción del mejor Neil Young. Con más de veinte años de carrera, desde que abandonaron el slowcore de sus inicios y dieron un paso adelante con Secret name (1999) todos sus discos alcanzan la excelencia. Y estamos tan acostumbrados a eso, a ese nivel, que quizás no le demos la importancia ni celebremos como se merece cada disco nuevo de Low. Este Ones and sixes es otra prueba de su calidad. En este caso el tono del disco sí puede ser más funebre que en alguno de los anteriores, se percibe el frío desde la portada, algunas de las canciones son tan afiladas que cortan, pero la intensidad y belleza siguen ahí. No estará entre los mejores discos de Low, pero sí es de lo mejor que podrás escuchar este año.

8. Father John Misty. I love you honeybear.



Josh Tillman, ese tipo medio hippy descreído y cínico, de letras cargadas de ironía que, tras ser por un tiempo el batería de Fleet Foxes ahora graba bajo el alias de Father John Misty, se marca en este su segundo álbum un Tupelo Honey impresionante. Porque es verdad, esta vida tiene un poco de miserable, un mucho de aburrida y nada de sentido; y, al final lo único que queda, lo único que realmente importa, es el amor. Así que, si tienes la suerte de encontrar a ese alguien que te quiere de verdad, y sabes realmente lo que es estar enamorado, no seas capullo y díselo, que la/lo quieres, en cada momento, en cada canción. Y de eso va I love you honeybar, una declaración de amor desde el título hasta casi cada uno de los temas del disco -exceptuando la genial Bored in the USA y poco más-. Y Josh Tillman le dice que la quiere a lo grande, sin vergüenza ninguna; con pianos, guitarras, sección de cuerdas, coros góspel, si hay que meter una banda de mariachis se mete. Y el resultado es todo menos empalagoso, porque el enamoramiento no le ha quitado a Josh Tillman su ironía e inteligencia a la hora de elaborar unas letras que no tienen desperdicio, y musicalmente el disco es variado, divertido e increíble. Una joya de amor verdadero.
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7. Courtney Barnett. Sometimes I sit and think, sometimes I just sit.

Sometimes I Sit and Think, And Sometimes I Just Sit.

El debut del año. La australiana Courtney Barnett se encomienda al espíritu de Juliana Hatfield y, con la lección bien aprendida del indie de los 90 y de los clásicos del rock de los últimos 40 años, se planta ante nuestras narices armada tan solo con su voz y guitarra, una pluma afilada y el acompañamiento de bajo y batería, para demostrarnos que en el 2015 el rock todavía puede ser fresco, directo y emocionante. Son once canciones sin desperdicio, desde los hits directos de Pedestrian at best y Nobody really cares if you don´t go to the party  -¿título de canción del año?- hasta la preciosa y reflexiva Depreston; desde el arranque trotón con recitado a lo Lou Reed de Elevator operator hasta la desaceleración final de Boxing day blues, el disco se pasa volando. Pero no creo que te contentes con una única escucha. Para poner en bucle y disfrutarlo.
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6. Daniel Knox. Daniel Knox.



El descubrimiento del año. Y todo gracias a David S. Mordoh y a su blog Música en la mochila, porque en ningún otro sitio he oído hablar de este fantástico autor y de este magnífico disco. Poco puedo yo añadir a la crítica que hizo David en el link anterior y que me hizo conseguir el disco que me tuvo enganchado durante dos buenos meses de este año. Imagina a The Handsome Family dejando el country para hacer la banda sonora de una película de Tim Burton. Piensa en un tipo al piano con el bar vacío mientras apagan las luces y sabes que te echarán fuera, lloviendo. Hay algo mágico en este disco, algo sobrenatural que, sin saber muy bien explicarlo, hace que el tiempo se pare mientras lo escuchas, dejándote en un estado de ensoñación y paz interior; hasta que termina, acaba el hechizo, despiertas y vuelves a la cruda realidad.
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5. Saintseneca. Such things.

Such Things

Eso que suena es el talento de Zac Little explosionando en todas las direcciones. Este Such things no es un paso adelante en la carrera de Saintseneca; su tercer disco es un salto al vacío desde un rascacielos, sin miedo, abandonando etiquetas -indie-folk, weird-folk...- para hacer MÚSICA, así en mayúsculas; llámalo pop, rock, americana o como quieras.
Subiendo en varios decibelios su sonido, ganando increíblemente en emoción e intensidad, y haciendo CANCIONES. Creando su sonido propio y característico -¿Joanna Newsom meets Centro-matic?- en temas como Such things, Sleeper hold, Estuary, Rare form, The awfull yawn y River, todos hits. A partir de ahora Saintseneca suenan como a Saintseneca -igual que Bowerbirds suenan a Bowerbirds, y Andrew Bird a Andrew Bird-, ya no hace falta compararlos con otros grupos. Con este disco se han ganado su sitio en la música americana actual. Y si con esas canciones no tienes suficiente, How many blankets are in the world casí podría haber aparecido en el Songs to play de Robert Forster; y Maya 31 podría haber estado en el último de Tame Impala si Kevin Parker hubiese mantenido la línea del Lonerism. 
Giant step.
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4. Panda Bear. Panda Bear meets the Grim Reaper.

Panda Bear Meets the Grim Reaper

Panda Bear meets the Grim Reaper, o, lo que es lo mismo, Noah Lennox -la parte más pop de Animal Collective- conoce a Sonic Boom - Peter Kember, la parte más psicodélica de Spacemen 3-, y juntos nos entregan esta obra maestra de lo que debería ser (y es) el pop en la segunda década del siglo XXI. Porque, seamos sinceros, han pasado quince años ya desde el cambio de siglo y la mayoría de los discos de esta lista -todos excelentes eso sí-, tienen de referencia música de hace veinte años o más, algunos incluso podían haber salido en esa época sin problemas. Es como si en 1985 la música siguiese sonando como el Rubber Soul o el Pet Sounds. Quizás, junto con el Merryweather Postpavillion, el trabajo más accesible de un miembro del colectivo animal, lo cual no quiere decir que su escucha sea fácil de primeras. Pero si le dedicas el cariño que merece, detrás de los loops y ritmos y ruidos diversos, encontrarás el espíritu de Brian Wilson buscando la melodía pop perfecta, esa música para hablar con Dios. Porque estoy convencido que, de haber nacido cincuenta años más tarde, ésta es la música que los Beach Boys harían. Y, algo inusual en la música de Animal Collective y asociados, aquí si puedes encontrar hits como Mr Noah y Acid Wash. Aunque yo personalmente me quede con la maravillosa Tropic of Cancer, homenaje al padre de Noah fallecido y reflexión sobre la pérdida y el sentimiento de orfandad, con su entrada majestuosa y ese sonido de arpa acompañando la melodía. Aquí os la dejo.
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3. Beach House. Depression Cherry.

Depression Cherry

Suenan las primeras notas del teclado de Victoria Legrand en Levitation, primer tema de este Depression Cherry, y con poco más la emoción comienza a inundarte, y, tres años después, tras el maravilloso Bloom, la música de Beach House te eleva a sitios que sólo con ellos puedes alcanzar. Depression Cherry, junto con los anteriores Teen Dream y Bloom,  constituyen tres cimas inalcanzables en la carrera de Beach House, tres ochomiles de dreampop ensoñador y emocionante, de éxtasis musical, Cierto que en este disco no ha habido mucha evolución en el sonido del duo, que el título del disco y el del tema de cierre Days of Candy sea demasiado evidente de ese sonido agridulce que hacen, esa alegría contenida o melancólica, pero qué mas da. Mientras consigan esas cotas de emoción yo estaré rendido a sus pies. El impacto de este disco ha sido tan fuerte que he sido muy injusto con su excelente trabajo posterior -Thank your lucky star-, pero es que hasta las cosas más hermosas palidecen frente a la belleza etérea de estas canciones. Música para soñar, música para volar.
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2. Joanna Newsom. Divers.

Divers

Muchos han sido los que a lo largo de la historia de la música moderna han intentado atrapar el sonido de América, de Estados Unidos, en su globalidad. La mayoría se han conformado con asimilar el sonido de una región determinada: el blues del delta del Mississippi, la California dorada, Nebraska y el medio oeste, New York y la gran metrópolis. Algunos lo suficientemente audaces han pretendido abarcarla por completo y casi lo logran; Brian Wilson lo intentó en la época del Smile y acabó medio loco; Sufjan Stevens se lo planteó estado a estado, pero se quedó en solo dos sin visos de continuación. Joanna Newsom, retomando el trabajo empezado cincuenta años atrás por Brian Wilson y Van Dyke Parks y actualizándolo con la ayuda de alquimistas de nuestra época como Jim O´Rourke, encontró esa piedra filosofal con Ys (2006). En su siguiente trabajo cuatro años después experimentó con ella en su triple disco Have one on me. Cinco años después, con Divers ha llegado a su destino, lo ha conseguido. Porque, en las once canciones que completan el disco, lo que suena no es música americana, adaptada y asimilada al medio como han logrado genios como Bill Callahan y Will Oldham, sino que esta música es América. El sonido viene directo de los bosques, de las praderas, puedes notar la humedad tras alguna de las canciones como Anecdotes, pero también viene de la gran ciudad como en Leaving the city. En estas once canciones Joanna Newsom ha conseguido condensar toda América y sus tradiciones, logrando un disco estremecedor, maravilloso, con cientos de detalles para disfrutar a pequeños sorbos. Las canciones se expanden, van entrando y saliendo instrumentos diversos, las melodías van evolucionando en cada tema de un modo sutil y mágico que solo Andrew Bird sabe hacer en la actualidad. Y Joanna canta mejor que nunca, dejando atrás ese tono excesivamente aniñado que la caracterizaba en sus inicios. Y nos canta sobre los temas universales: el paso del tiempo, la vida, la muerte, el amor.
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1. Sufjan Stevens. Carrie & Lowell.

Carrie and Lowell

Ha costado llegar hasta aquí. Realizar esta lista subjetiva y un tanto absurda, ordenar cada uno de estos excelentes discos con algún criterio. A medida que he ido escribiendo estas reseñas las dudas de por qué uno está antes que el otro me han seguido acompañando. Quizás si partiese de nuevo de cero el orden sería distinto. Pero durante todo este proceso, desde el primer momento, siempre he tenido claro que este disco debía ocupar el primer puesto. Por su calidad, por su impacto emocional y por todo lo que significa para mí actualmente. Descubrí a Sufjan Stevens en el 2004, una época personal de viajes y descubrimientos. Seven swans y Michigan me acompañaron en ese viaje a la edad adulta. Escuchar esas canciones me llevan instantáneamente a carreteras secundarias del norte de Francia, a descubrir y adaptarme a la soledad del mundo adulto. Luego en 2005 llegó Illinois, mi disco favorito de lo que va de siglo, y mi devoción por Sufjan se hizo incondicional. Superado el trauma de que abandonase el proyecto de los cincuenta estados, lo he seguido con sus colecciones de Villancicos, su composición orquestada homenaje a una autovía (The BQE), y su salida a una crisis existencial con ese disco electrónico con cachivaches analógicos que fue The age of Adz -junto con el maravilloso EP All delighted people forman parte de mi memoria personal del 2010-. Cinco años después aparece este Carrie & Lowell, mi disco favorito de Sufjan Stevens. Ha costado llegar hasta aquí.
 "Espíritu en mi silencio puedo oírte, pero me da miedo tenerte cerca. Y no sé por donde empezar, no sé por donde empezar". Así comienza  Death with dignity, canción que abre el disco, con una invocación al espíritu de la madre fallecida de Sufjan Stevens. Porque este maravilloso, emotivo e impresionante disco es una elegía a esa muerte, un intento de comprender a esa madre que ya no está físicamente pero que en vida muchas veces tampoco lo estuvo, Carrie; y un homenaje sentido a ese padrastro que, sin vínculos de sangre, siempre estuvo ahí supliendo lo que hubiese que suplir, Lowell -¿qué debe de sentir este hombre cuando escucha Eugene?-. Un disco brutalmente sincero, de inmensa carga emocional, donde se habla de la muerte sí, pero también del perdón, de la belleza, de la vida, del amor. Cada línea de cada canción no tiene desperdicio. Cada canción es maravillosa. Podré contar dentro de muchos años que lo vi en directo en Madrid, el mejor concierto de mi vida ¿Por qué escuchamos música? Para encontrarnos con discos como éste, para sentirnos vivos. Gracias Sufjan.
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